En la Puna, hay
pasajes abruptos, colores estremecedores, vicuñas y llamas con moños de
lana en las orejas. Y un cielo azul ininterrumpido, con un sol total.
Sol que, además de ser un manantial de inspiración espiritual, es una
fuente de energía: eléctrica y térmica. Que lo diga si no doña Paulina
Alfaro, una jujeña que usa sombrero colorado de ala ancha y trenza su
pelo renegrido como dictan las costumbres. Su morada de adobe queda en
un campo del departamento de Carahuasi por donde sólo corre el viento,
bien lejos de donde pasa la red eléctrica. Pero ahora un pequeño panel
solar de tercera generación alimenta la luz de sus lámparas Led en el
interior de su rancho sin ventanas. “Yo crié mis hijos a vela”, dice con
una sonrisa que parece invencible. Ahora puede tejer hasta la madrugada
sin el peligro de que el humo de la combustión se devore el aire o
incendie la casa.
El sol ha cambiado en formas diversas la vida de
muchos jujeños que viven en sitios remotos. Hay mini redes en pequeños
pueblos que se alimentan de energía con paneles fotovoltaicos, así como
escuelas rurales y pobladores aislados y dispersos que no habrían podido
tener iluminación sin esta tecnología. Y también hay experimentos
exitosos en la transformación de la fuerza de nuestra estrella vecina en
calor para termotanques, cocinas, hornos y sistemas de calefacción. O
sea, gente que no tenía ningún confort urbano puede –por ejemplo–
bañarse con agua caliente o hacer un guiso sin tener que pagar por una
garrafa o quemar leña, un recurso escaso y sensible. El sol es una
bendición en más de un sentido.
Jujuy registra un índice de
insolación idéntico al desierto del Sahara, lo que coloca a la provincia
en el tope del ranking mundial de capacidad de generación de energía
solar. La Puna tiene una capacidad de generación cuatro veces mayor que
Alemania, donde hay una verdadera revolución fotovoltaica. Silvia Rojo,
de la Fundación Ecoandina, una ONG pionera en la utilización del sol,
asegura que una “hipotética planta solar de 15 kilómetros cuadrados
podría dar energía a toda la Argentina”. Esto quiere decir que hay un
manantial de energía que no está oculto en una formación geológica, como
Vaca Muerta, que tiene gas y petróleo encerrados en la roca (shale), sino que está a la vista. Una “vaca viva”.
El
precio de la energía fotovoltaica ha descendido geométricamente en los
últimos años por la necesidad de ir desfasando la utilización de
combustibles fósiles por el calentamiento de la atmósfera mundial. Si
hubiera un acuerdo en la próxima cumbre del clima, que se realizará en
París en diciembre, todos los países deberán en las próximas décadas
reducir su huella de carbono, incluyendo el nuestro. La pregunta,
entonces, es si hay lecciones en las múltiples experiencias de Jujuy
para reproducir en grandes centros urbanos de la Argentina. Y la
respuesta es que sí.
Lejos de todo.
Si Dios fuera
efectivamente Febo y tuviera que atender en alguna parte, seguramente
consideraría a San Juan de Misa Rumi, a 3.751 metros de altura, como un
buen sitio. Casas bajas de adobe. Gente simpática. Y energía solar
fotovoltaica y térmica combinada como en pocos lugares en el mundo.
Queda absolutamente lejos de todo: el pico nevado que se ve en el
horizonte recortado por los cerros pertenece a Bolivia.
En Misa
Rumi, la electricidad se genera con una mini central de paneles, que
alimenta un banco de baterías. El fluido sirve para dar la luz, hacer
funcionar heladeras, alguna que otra tele, la red de internet, entre
otras cosas. Pero, claro, tiene sus limitaciones. Un secador de pelo,
una plancha, un microondas o cualquier aparato que necesite de una gran
inyección de energía arruinaría el sistema y los dejaría a oscuras.
Misa
Rumi tiene en la actualidad 8 horas de energía solar y un equipo a
diésel de apoyo, pero un proyecto que impulsa Ecoandina con el apoyo de
empresas de la provincia y la Nación va en el futuro a darles
electricidad a este y a otros tres pueblos durante 24 horas, sin la
necesidad de un banco de baterías (lo más innovador). Se trata de un
sistema solar hidráulico que se instalará en Paicone, justo en la
frontera con Bolivia. Durante el día, una planta fotovoltaica alimentará
la red, al mismo tiempo, accionará una bomba que hará subir el agua de
una cisterna que está debajo de un cerro hacia lo alto de este, a través
de un caño. De esa manera, durante la noche, el fluido acumulado en el
piletón arriba de la montaña alimentará una turbina que funcionará por
la noche. Por eso se llama Red Renovable 24
La energía del sol
está totalmente naturalizada en Misa Rumi: ya hay dos generaciones de
niños que se criaron con ella. Julián Martínez y su esposa nos reciben
con una deliciosa “sopa solar” hecha con sémola y caldo de llama. Ellos
fueron los primeros en adquirir este tipo de cocinas, que consiste en un
disco parabólico de aluminio que concentra el calor. El resto del
pueblo luego los imitó. “Cocinamos todos los días, todas las comidas:
fritamos empanadas, hacemos bife, lo que sea.” El truco es orientarla
cada 20 minutos, siguiendo la trayectoria del astro. Hay gente que está
tan entrenada en su uso que deja una olla con los ingredientes de un
guiso, se va al campo y cuando vuelve tiene la comida lista. “Antes
tenía que ir a cargar leña en la espalda”, cuenta el poblador. Para
cocinar, la gente no sólo dejaba la salud en el monte (cada atado de
madera pesa unos 40 kilos) sino que la utilización extensiva de la tola,
el arbusto que crece en esta región, estaba desertificando el
territorio, con consecuencias irremediables. Martínez ahora usa el gas
como complemento de la cocina solar, lo que reduce sus gastos
significativamente. En la Puna también hay hornos solares comunales de
pan, una tecnología que trabaja muy bien pero hay que agarrarle la mano,
lo que no siempre pasa.
El agua caliente solar, en cambio, no
necesita de trucos: es un tanque que se instala en la terraza, que se
calienta mediante un sistema de tubos de color negro. Hace 10 años,
antes de que llegara el calefón solar, los Martínez tenían que calentar
una olla con agua en la cocina. Ahora se duchan con la temperatura
perfecta. El calefón solar acaso sea la tecnología más fácil de adaptar a
los centros urbanos de la Argentina: no hace falta estar arriba de
3.500 metros del nivel del mar. Vienen de todos los tamaños, los hay
importados y de fabricación nacional. En países como Turquía son un
estándar en la construcción. En la Puna han hecho una diferencia crucial
en la vida de las personas. Por ejemplo, en San Juan y Oros, un pueblo
ciento por ciento solar, hay duchas solares comunales. Los pasajeros que
llegan polvorientos de los duros viajes en colectivos por los cerros se
pueden bañar y relajar.
Energía propia.
Jujuy tiene ocho
pueblos solares híbridos (apoyados por una turbina a gas o diésel) y
cinco enteramente solares, que son un ejemplo interesante de cómo
funcionan las micro redes eléctricas. “En todo el mundo se está
descentralizando la energía. Que cada lugar tenga su propia energía es
lo ideal”, dice Silvia Rojo, de Ecoandina. Las grandes obras mamut, como
las proyectadas represas sobre el río Santa Cruz, ya no se consideran
sustentables por el impacto ambiental que tienen y el metano que
generan. “No hay lugar en la Argentina donde la energía solar haya
funcionado tan bien como en Jujuy. Esto se podría potenciar más”, dice.
Aunque se han instalado granjas fotovoltaicas en otras provincias (San Juan, San Luis) y se proyectan en Mendoza, Santa Fe y la propia Jujuy, este tipo de energía sigue estando en estado embrionario (es el 0,4 por ciento de la generación total de la red nacional). Pero en el sector de los usuarios dispersos, como el de doña Paulina, esta energía ha descollado.
La red eléctrica integrada tiene una cobertura del 98
por ciento del país. El 2 por ciento que falta (unas 150 mil familias)
debe cubrir sus necesidades de otra manera y de eso se encarga un
programa llamado Proyecto de Energía para Mercados Rurales (Permer), que
recibe financiamiento del Banco Mundial. Esto permitió que tuvieran luz
miles de usuarios que viven, por ejemplo, donde sólo se llega en mula.
Las
baterías que permiten usar la luz del sol de noche eran –hasta hace
poco– de plomo ácido. Pesan 60 kilos, con lo cual llevarlas sobre un
animal arisco por montes y quebradas es una gesta heroica. Silvano
Hidalgo, técnico de Edjedsa, la empresa jujeña que se encarga del
mercado disperso, lo sabe en carne propia porque a veces va por caminos
que son sólo huellas. Las baterías resultan la parte más delicada del
equipo, junto con el conversor, que transforma la energía de 12 voltios
en una de 220.
Pero la tecnolgía dio un salto cualitativo con la
llegada de las baterías de litio, las mismas que las de los celulares.
Pesan diez veces menos. Los paneles son más chicos. Se trata de los
equipos de tercera generación. La eficacia del sistema se está testeando
en la Argentina y en Bolivia, con la ayuda del Banco Mundial y la
fundación suiza Alimentaris.
Justina Flores es una mujer octogenaria
muy callada que nunca había conocido otra cosa que querosén (cuya
combustión es cancerígena) y velas. Ahora tiene un equipo de tercera
generación. Sus nietos juegan prendiendo y apagando la luz como una
novedad. Su marido, Andrés Cruz, está muy contento con el sistema: viene
con una luz móvil que usa para salir a la madrugada por el monte con
sus llamas.
La gente quiere más.
Las escuelas de Jujuy son
también centros de experimentación solar. En el año 2000 empezaron a
tener paneles. Pero la electricidad alcanzaba para algunas luces y una
radio. “Trabajar con los chicos con la vela o mecheros es un
sacrificio”, cuenta Emilia Castro, directora de la escuela 350, Malón de
la Paz, en San Miguel de los Colorados. Altura: 3.636 metros. Sesenta
alumnos. Hace tres años se decidió repotenciar todos los
establecimientos educativos rurales, llevando la corriente de 12 voltios
a 220 de corriente alterna. Para esta tarea se necesitaron 500 mulas
para transportar 408 baterías. También, 6 mil litros de combustible y
hasta un helicóptero. Hubo que hacer traslados a pie, cargando los 60
kilos de la bendita batería. Ahora la gente quiere más. No sólo tener
internet, sino también la plancha. La sed de energía es infinita. Y el
sol está ahí para saciarla sin dañar el planeta.
Tomado del diario Clarín de Argntina y escrito por Marina Aizen.